martes, 27 de noviembre de 2012

los ancianosLOS ANCIANOS
En la lejanía, los recuerdos suelen languidecer, sólo cuando se escrudiña mucho en ellos afloran de una manera mas real.
Todo acude a la  mente cuando un suceso reciente los hace florecer,  sí florecer,  porque en la mayor parte de las ocasiones, como en la primavera se recurre a adornarlos.
Eso era lo que les  ocurría aquel atardecer a aquella pareja de ancianos, que sentados en un banco del parque y como de costumbre era  de obligada asistencia, allí durante horas hasta que el sol desaparecía por el horizonte perezosamente.
Ambos rondaban los 80, cercanos a la muerte conocedores del futuro, apuraban la compañía  que se prestaban, contándose batallitas  de su   juventud.
La guerra  siempre entraba en sus charlas y lo heroico de su participación en ella.
Juan y Antonio, que así se llamaban, eran como suele decirse dos buenas personas.
Juan algo mas joven, así su aspecto lo hacía creer, siempre llevaba un periódico debajo del brazo, se colocaba las gafas y leyendo dificultosamente algún artículo sobre política que  luego  ambos destripaban .
Pero Antonio le escuchaba con atención, sacando de vez en cuando de su bolsillo unos regojos de pan que desmenuzaba echándoselos a los pájaros.
Así se pasaban las tardes  tranquilamente, pero en esta ocasión un joven negro se les acercó, pidiéndoles permiso para sentarse, así que se acercaron el uno al otro, permitiendo que el recién llegado ocupase el espacio junto a ellos.
Mohamed que así se llamaba, se sentó presuroso y con muestras de dolor, no tardó en descalzarse y comenzó a masajear sus pies.
Ambos ancianos contemplaban muy callados la escena, hasta que el muchacho en un lenguaje muy poco entendible se dirigió a ellos.
_Enseguida me voy, me persiguen, yo no he sido .
Atónitos por lo oído, quisieron preguntar, pero ya calzado emprendió la marcha, no sin antes y con la mano tapándose la boca ordenó.
_No me habéis visto, ¿ De acuerdo viejos ¿
Quedaron enmudecidos de sorpresa, pero cuando desapareció a lo lejos, se percataron de un bulto que parecía una bolsa de deporte se hallaba debajo del banco.
Con curiosidad y recelo la abrieron y cual sería la sorpresa, cuando al  quitar la toalla mugrienta que lo cubría, encontraron un montón de billetes que muy bien alineados la llenaba por completo.
Antonio recordó a Juan, la amenaza que el joven les había hecho, antes de marcharse.
_¿ Que hacemos? ¿ Llamamos a mi hija?
_No, espera, pensemos antes.
Estaban aterrados y muy indecisos.
_La dejamos aquí, no hemos visto nada.
Miraron  a su alrededor, solo unos pocos chavales jugaban a la pelota.
Juan se puso en pie  y cogiéndole el peso a la bolsa , se dispuso a llevársela, pero su amigo mas precavido le convino a llamar a la policía.
Estuvieron así largo rato, ya la tarde les invitaba a marcharse, el sol caía irremediablemente.
Una vez puestos de acuerdo emprendieron la marcha, no sin antes cubrir adecuadamente entre unos setos el bulto, que perfectamente camuflado, no dejaba huella del escondite.
Con la promesa de volver a recogerlo una vez consultado con sus respectivas familias.
Al despedirse, esta vez con algo muy real para contar, aunque se temían una vez mas serían objeto de mofa y no les prestarían ninguna atención.
Una vez en sus respectivos hogares y sin consenso alguno,  ambos decidieron silenciar lo ocurrido . Al día siguiente mas tranquilos , resolverían  ellos mismos lo que se les presentaba como una aventura.
Juan el primero  en llegar, aguardó expectante la llegada de su amigo, echando nervioso miradas al lugar, donde estaba oculta la bolsa.
Antonio muy excitado llegó al instante y ambos se dirigieron con presteza hacia allí.
Sin mediar palabra y apartando cuanto habían necesitado para taparla, se encontraron con ella, que esta vez muy resueltos la cogieron.
Al jalarla pudieron comprobar que ahora pesaba bastante mas, y decidieron abrirla allí mismo.
Cual sería la sorpresa al encontrarla repleta con piedras.
Allí sentado en el banco, estaba Mohamed, que gesticulando con ademanes, les invitaba a acercarse.
Se aproximaron recelosos y el joven con palmaditas tranquilizadoras les dijo.
_Muchas gracias por guardármela, yo no lo habría hecho mejor.
 Y colocando un fajo de billetes en las manos de los trémulos abuelos desapareció una vez mas, sin darles oportunidad para reaccionar.
                                        CONCHI JIMENEZ. Noviembre 2012.