miércoles, 21 de noviembre de 2012



ENGRACIA



Triste, melancólica, arrastrando unas zapatillas de paño, entró en la cocina, seguida por su perrita, única compañía, desde hacía 4 años.
Secó con el lado anverso del delantal que llevaba puesto, unas gotitas que de contínuo caían de su nariz.
Sus ojos cubiertos por unas gafas de alta graduación, dejaban ver distorsionados unos ojos pequeños y oscuros, la cara cubierta con profundas arrugas, que se acrecentaban según se iban acercando mas a la boca.
Nada en ella denotaba encanto, un cuerpo con una cifosis muy acentuada y una extrema delgadez le daban a Engracia una apariencia fantasmal.
Se acercó a la estrecha cocina, cuyo mobiliario era tan modesto como la luz que colgaba del techo, con tan solo una bombilla grasienta, de la cual solo sombras proyectaba sobre las paredes.
Despues de preparar una escasa cena, se acercó  con el plato a la mesa que ajustada a la pared con dos banquetas le esperaba la perrita.
Encendió una radio que pendía de una alcayata y se dispuso a comer.
Sin prisas, dándole de vez en cuando un trozo a Blanca, que así se llamaba su compañera, moviendo alegremente su cola, le agradecía el gesto.
Ella nunca se había decidido a compartir su vida con nadie. Era extremadamente tímida y desconfiada.
Pero no siempre había sido así, en su juventud, tuvo éxito y belleza, pero la desgracia se había cebado con ella y eligió la soledad.
Al caer la tarde, cogía a Blanca para pasear. Antes como si de un ritual se tratara, cogía del cajón su bolso, depositaba unas cuantas monedas en los bolsillos e iba a recorrer siempre los lugares donde los mas desafortunados, cubiertos con bolsas trapos y cartones, la esperaban cada noche.
No intercambiaban palabra alguna, sólo algún monosílabo apresurado.
Al regresar a casa, con la certeza de haber cumplido una misión, peinaba su largo pelo, cepillaba a su amiga y ambas se disponían a dormir.

                                                           CONCHI JIMENEZ octubre 2012



















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